Corte de pelo
23 noviembre, 2012
Puta, a uno ya ni el gusto de andar como quiera le dan. «Andá cortate el pelo, parecés vago». Qué joder.
El peluquero era amable, aunque el lugar era una mierda ($2.50 por cliente no creo que deje mucho margen de utilidades para mejorar el local). Casi se sentía en el ambiente la tristeza de los que, como yo, no pueden andar como se les dé la puta gana.
Tuve que contener la risa cuando volteé a mi izquierda y vi que, en la silla contgua a la mía, otro barbero «cortaba el cabello» de un hombre prácticamente calvo. Cosa de orgullo para el cliente, cosa de dinero para el peluquero.
Quizá lo que causaba el repulsivo placer del barbero, más que quitarme una parte de mí, era llenarme la cara de pelos. Qué hijo de puta.
Me pica la cara. Mi teléfono comienza a vibrar. No puedo contestar porque mis manos están bajo la tradicional manta. Más pelo en la cara. Puta.
«¿Así está bien?», pegunta el barbero al creer que ha terminado. «Sí», respondo secamente. En este punto, sólo quiero irme a la mierda. Me quita la manta y luego comenza a quitar los pelos de mi piel con un cepillo, aunque más creo que sólo se aseguraba de que estos se metieran en mi camisa. «Tome», le dije, extendiéndole un billete de $5. Pensé en que hubiera sido mejor llevar el dinero exacto; así podría tirárselo y salir del lugar. «Gracias», le dije al recibir mi cambio. Por más que lo odiara en esos momentos, no hay que perder los modales.
Al salir por la puerta, llegué a la conclusión de que, para la próxima, iré a un salón costoso para que un estilista homosexual me haga el corte. Aunque me saquen $10, quizá ahí no me echen los pelos en la cara. Siempre quitarán una parte de mí, pero no será tan malo.